Nubes pasajeras

Nubes pasajeras

2 de noviembre de 2010

Un homenaje, un deseo

Uno de los descubrimientos más bellos y absurdos del último año ha sido Aki Kaurismäki, cineasta finés: una mezcla de frío polar, color turquesa, copetes, monosílabos y las alegrías más precisas e incoherentes que he visto y adorado en la vida y en el cine.

Nubes pasajeras es una fábula de la mala suerte y el desempleo en una sociedad paralizada que cree que ha empezado a descongelarse y volverse moderna y para eso debe librarse de la carga del pasado y todos sus antiguos empleados. Ilona y su marido Lauri serán quienes se enfrenten al desempleo desde el rigor de sus silencios y sus entusiasmos gélidos.

Una película construida en un mundo anacrónico, en el que el fracaso es inminente sin embargo, siempre hay un nuevo peregrinaje posible.

La genialidad de Kaurismäki es absoluta, su cine es siempre como una enorme pasión contenida, es optimista sin ser jamás entusiasta, es violento sin dejar de ser poético, es político sin obviar las penurias mínimas de los seres humanos y casi siempre rescata a los suyos del aislamiento, reuniendo soledades y volviéndolas funcionales sin ser idílicas.

El cine de Kaurismäki es crudo, pero repleto de buenos modales, es feliz sin sonreír nunca, es trágico sin subestimar jamás la opción de que todo empeore o quién sabe, todo lo contrario, es cínico, pero caballeroso.

Todo en Kaurismäki me mueve profundamente, me hace creer en un arte frío y bello en cuyos silencios uno puede redimirse.

Por eso Nubes pasajeras, como un homenaje, como una intención única de escribir una vez más.

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