Nubes pasajeras

Nubes pasajeras

4 de agosto de 2011

ESPERAR A ELÍAS


Hace muchos años empecé una travesía como blogera, hice una bitácora a la que llamé Intensidad.com y me dediqué desde el 2006 a alimentarla literariamente con todo, lo que en comida equivale a chatarra y en bebida a mucho mucho licor barato. Tuve etapas varias, de fotografiar, de ficcionar, de hacer periodismo, de escribir de cine, de desprestigiar gente, todo bajo el signo de los años más duros de mi vida. La edad del burro le digo yo. La verdadera edad del burro en la que absolutamente todo me dolía: odiaba mi trabajo, tenía continuamente el corazón roto, vivía como una carga infinita lo que denominaba mi condición de “rehén genético”… pasaron muchos años hasta llegar a un momento entre el 2008 y el 2009 en el que llegó una cierta sensación de paz. Llegó el amor y con él una vertiginosa campaña contra la autodestructiva manía de declarar guerras apocalípticas a la humanidad. Encontré una serenidad que desconocía y aunque no resolví todas las tormentas, empecé a ahogarme en vasos de agua sobre la mesita de noche y dejé los océanos de sufrimiento para otra vida.


En noviembre del año pasado resolví que era posible intentar una vez más una nueva relación con la escritura e inventé las Nubes pasajeras, un espacio que quería convertir en el rincón minimalista de mis pasiones que se cocían a fuego lento, entre colores estridentes y silencios prolongados, al puro estilo del cineasta finés Kaurismaki.

El 28 de noviembre de 2010, el día del censo de población en el que visitaron a todas las familias del Ecuador excepto a la nuestra, decidimos que íbamos a aprovechar el día encerrados en la casa para hacer una prueba casera de embarazo. Una idea que sinceramente se me cruzo por la mente sin contar con demasiados antecedentes: pocos días de retraso, además de una planificación bastante ligera (en agosto habíamos pensado “y sí tenemos un hijo” y no habíamos pensado más…).

La prueba de embarazo fue para mí como un balde de agua fría, una dosis de realidad increíble y aterradora. Siempre me había imaginado que iba a ser muy difícil quedar embarazada. Muchas mujeres cercanas habían estado intentando y todo les resultaba complejo y les costaba mucho esfuerzo, sacrificios y penurias. Nunca me imaginé, que prácticamente al segundo no-intento iban a salir esas dos rayas azules marcadas de forma indeleble.

Reaccioné mal, me asusté, tuve demasiado miedo. Empecé a pensar en todo lo que no había hecho en mi vida y que seguramente ya no podría hacer nunca más… empecé a torturarme, angustiarme con tiempos, impaciencias, incapacidades, idioteces mías hasta que en algún momento, cuando finalmente supe que tenía un embarazo sin ningún tipo de riesgo me empecé a relajar y a disfrutar de la idea de poder ser mamá.

Hoy 9 meses más tarde, 40 semanas y media en términos exactos de gestación estoy posiblemente a pocas horas de convertirme en la mamá de Elías Salazar Simon, un niño sobre el que han recaído las atenciones y tensiones de dos padres primerizos idiotizados con la posibilidad de criarlo, enamorados entre sí y enamorados de él con gran pasión.

El “timing”, algo que me parecía penoso cuando me enteré que estaba embarazada, me parece ahora perfecto. En 12 días cumpliré 30 años. Esos treintas que esperaba con asco y desgano, como una profecía de frustración y pérdida son ahora el momento más increíblemente bello para convertirme en madre de Elías y compartir con él todo ese minimalismo, esas nubes pasajeras que he aprendido a cosechar desde el día en el que finalmente me enamoré de la vida cuando encontré a su padre, mi alma gemela, mi amor, mi todo.

Durante 9 meses escribí sobre todas las penurias, alegrías, locuras, maltratos públicos, estragos, antojos, malestares, alegrías, miedos y novatadas del embarazo en mi cuenta de twitter (@psimont)  que se volvió un refugio mágico de mensajes cortos que contienen pequeñas cargas eléctricas, ágiles y audaces y dicen en 140 caracteres la emoción de cada instante y así como llegaban, pasaban. Un formato totalmente lúdico para vivir un proceso tan intenso y de emociones tan intermitentes como ha sido el embarazo.

Otro tiempo nos espera ahora, la maternidad y la paternidad. Ya no sé cuál será el formato que funcione mejor para narrar este nuevo período en el que el “yo” se ha convertido en un amplio nosotros tres.

No sé si twitter pueda albergar mis nuevas emociones maternales, tampoco sé si este blog, Nubes pasajeras, sea el adecuado, tomando en cuenta que fue creado para una vida relajada y mínima, de la que hoy mismo queda muy poco.

Quizá con Elías en brazos logre decidir cuál será el mejor modo de irle amando y contando rutinariamente como su amor me transforma y cambia el mundo como lo conocí hasta los 29 años.

A diferencia el primer tweet un 28 de noviembre en el que decía: estoy aterrada, este último post dice estoy enloquecida, frenética, enamorada. Lista para recibir a un hijo, el primero, el ser que ha puesto a prueba todas mis capacidades y para quien soy cada día una mujer mejor: "optimista sin jamás ser entusiasta, violenta, sin dejar de ser poética, cínica sin dejar de ser amable...y que sabe que todas las nubes vienen con su propia tormenta y que no lloverá para siempre".

2 de noviembre de 2010

Un homenaje, un deseo

Uno de los descubrimientos más bellos y absurdos del último año ha sido Aki Kaurismäki, cineasta finés: una mezcla de frío polar, color turquesa, copetes, monosílabos y las alegrías más precisas e incoherentes que he visto y adorado en la vida y en el cine.

Nubes pasajeras es una fábula de la mala suerte y el desempleo en una sociedad paralizada que cree que ha empezado a descongelarse y volverse moderna y para eso debe librarse de la carga del pasado y todos sus antiguos empleados. Ilona y su marido Lauri serán quienes se enfrenten al desempleo desde el rigor de sus silencios y sus entusiasmos gélidos.

Una película construida en un mundo anacrónico, en el que el fracaso es inminente sin embargo, siempre hay un nuevo peregrinaje posible.

La genialidad de Kaurismäki es absoluta, su cine es siempre como una enorme pasión contenida, es optimista sin ser jamás entusiasta, es violento sin dejar de ser poético, es político sin obviar las penurias mínimas de los seres humanos y casi siempre rescata a los suyos del aislamiento, reuniendo soledades y volviéndolas funcionales sin ser idílicas.

El cine de Kaurismäki es crudo, pero repleto de buenos modales, es feliz sin sonreír nunca, es trágico sin subestimar jamás la opción de que todo empeore o quién sabe, todo lo contrario, es cínico, pero caballeroso.

Todo en Kaurismäki me mueve profundamente, me hace creer en un arte frío y bello en cuyos silencios uno puede redimirse.

Por eso Nubes pasajeras, como un homenaje, como una intención única de escribir una vez más.